lunes, 3 de noviembre de 2008

MEDICINA TRADICIONAL Y SISTEMAS DE ATENCION A LA SALUD

Universidad de Chile
Facultad de Medicina
Escuela de Enfermería
Socioantropología


El Futuro de la Medicina Tradicional en la Atención de la Salud de los Países Latinoamericanos. México, 1987


“Medicina Tradicional y Sistemas de Atención a la Salud”


Lic. Carlos Zolla Luque
Asesor de la Unidad de Investigación en Medicina Tradicional y Desarrollo de Medicamentos
Instituto Mexicano del Seguro Social
Xochitepec, Morelos


Las relaciones entre la medicina tradicional( ) y los sistemas de atención a la salud (al menos en aquellos países en donde el fenómeno ha sido objeto de atención por parte de autoridades, planificadores o investigadores de la salud, o en donde existen mecanismos legales que promuevan, regulen o sancionen la práctica de la medicina en su totalidad) distan mucho de ser homogéneas. La adhesión de los países a las políticas de la Organización Mundial de la Salud, que postulan la movilización de todos los recursos comunitarios para mejorar los niveles de salud, abarca un abanico de posturas que van desde el compromiso programático para lograr su efectivo cumplimiento hasta una sospechosa aceptación diplomática que luego es desmentida por una práctica punitiva hacia las formas de acción curativa no reconocidas por el modelo médico hegemónico. Esta heterogeneidad en que las relaciones y esta gama de matices que se presentan en cada país, sugiere que toda generalización que pueda proponerse corre el riesgo de resultar ingenua o, al menos, poco operativa.

En todo caso, el problema de las relaciones entre el sistema oficial de salud y todas las formas de respuesta social a la enfermedad constituye un punto de innegable interés, no sólo en el terreno teórico sino también, y sobre todo, en el de la planificación de las acciones de salud y en la aplicación concreta. Posee además el atractivo de revelar los enfoques y las tendencias de quienes directa o indirectamente, con afinidades o antipatías hacia el tema, intentan analizar de manera global la situación de salud de los países, las características de los sistemas de salud, la crisis del modelo médico hegemónico o las formas de interacción entre las diferentes manifestaciones terapéuticas. Podría decirse que el solo hecho de plantear los problemas de las relaciones entre medicina tradicional y sistemas de atención a la salud hace emerger una compleja red de problemas, estrategias, valoraciones, prioridades y, en fin, concepciones tanto de los universos que son puestos en evidencia como de las articulaciones y jerarquizaciones que tal relación implica. Por último, no es desdeñable recordar que si las medicinas tradicionales (o las formas no institucionales de respuesta social a la enfermedad) deben ser confrontadas con un sistema de salud, es preciso deslindar los contenidos y la extensión que se reconocen a unas y otro. En otras palabras, si la medicina tradicional puede ser concebida también en términos de un sistema de atención a la salud, con modalidades y legalidades propias que modulan la relación con el sistema institucional.

Señalemos, de paso, que la noción de “sistema de salud” encierra no pocos equívocos. “En cierto sentido –puede leerse en una reciente y muy completa revisión de literatura dedicada al tema- el sistema de salud es un mecanismo oculto y misterioso: todavía no conocemos su funcionamiento y casi todas las investigaciones actuales son de tipo exploratorio” ( ). Ello trae como consecuencia que el carácter de estas investigaciones esté determinado por las estrategias de aproximación, ya sea que se busque formalizar un modelo de atención a la salud, ya sea que se analicen las experiencias nacionales o regionales y se establezcan comparaciones entre los sistemas. En muchos casos, la propia noción de modelo aparece identificada con la de sistema. Por otra parte, un obstáculo con que se tropieza a poco que se aborde el estudio del tema es el de la polisemia del término sistema, y que se hable indistintamente (a veces en el mismo contexto) de “sistemas de salud”, “sistemas de atención médica”, “sistemas de programación, información, control, evaluación y difusión”, “sistemas hospitalarios” (y “sistemas de administración hospilataria”), “sistema de las Naciones Unidas en materia de salud”, etc., con criterios que reflejan un empleo por lo menos excesivo. La consecuencia inmediata es la de que “sistema” termina aludiendo más o menos vagamente a “cualquier conjunto dotado de una organización interna”, cumpliéndose con la regla de oro de los lógicos, según la cual la comprensión del significado está en relación inversa a su extensión. El notable esfuerzo de muchas investigaciones dedicadas al tema está en gran medida destinado a sortear este “obstáculo epistemológico”, ya sea por una directa alusión teórica, ya sea por el rodeo descriptivo que busca poner en evidencia las legalidades que aparecen en un conjunto dado, mostrar las reglas de funcionamiento y esbozar las posibilidades de adecuación y optimización de los recursos. Muchas veces son las propias instituciones y los gobiernos los interesados en promover estas investigaciones y revelar los rasgos esenciales del sistema nacional de atención a la salud. Usado en sentido amplio, dice el mismo autor, el concepto de sistema de salud alude a “los servicios de salud, la profesión médica, la planificación y la ejecución de políticas sanitarias, el sistema de pago, la medicina preventiva, la enseñanza y la investigación médicas, la educación de la población en materia de salud, las burocracias sanitarias, las ideologías en la esfera de la salud y otros temas afines”( ). ¿Son éstos, entonces, los temas en función de los cuales deben ser analizadas las relaciones entre el sistema de salud (oficial, institucional) y las otras manifestaciones médicas? ¿Está la vinculación condicionada por un “ajuste” de las prácticas a estos factores? Permítasenos dar un rodeo y responder de modo indirecto a estas cuestiones, intentando acumular, en ese recorrido, algunos elementos que enriquezcan la respuesta.

En primer lugar, tratemos de ver el comportamiento típico de los sistemas nacionales de salud respecto de la medicina tradicional y de otras formas no institucionales de atención. Una publicación de la Organización Mundial de la Salud propone una tipología de los sistemas según el grado de aceptación que manifiestan respecto de esta vinculación:

a) Los sistemas exclusivos (monopólicos), en los que sólo la práctica de la medicina científica moderna es reconocida legalmente, con total exclusión de otras formas de curar (este es el caso de Francia, Bélgica, Luxemburgo, Austria, la URSS y la mayor parte de los países del bloque socialista, Argentina, Honduras, Argelia, etc.).

b) Los sistemas tolerantes, en donde sólo el sistema basado en la medicina moderna es reconocido, aunque legalmente se toleran otras formas de la práctica médica tradicional (República Democrática Alemana, Gran Bretaña, Estados Unidos –con particularidades en la legislación de los estados-, México, Mali, Alto Volta, Uganda, Sierra Leona, Ghana, etc.).

c) Los sistemas inclusivos, en los que diversas formas de atención a la salud, tradicionales o modernas, son reconocidas legalmente. El ejemplo más conocido es el de la India, en donde al lado de la medicina moderna se practica, respalda y regula el ejercicio de sistemas tradicionales como Unani, Ayurveda, Siddha, etc. Pakistán, Tailandia, Bangla Desh, Sri Lanka, Burma, entre otros, muestran diversas modalidades de inclusión de las prácticas médicas tradicionales.

d) Los sistemas integrados que, como el caso de China Popular, promueven oficialmente el uso combinado de medicina moderna y medicina tradicional.( )

Esta clasificación admite numerosos matices pero refleja bastante bien las estrategias de los países y de sus instituciones encargadas de regular el ejercicio de las prácticas médicas en general. Por lo demás, la práctica indica que más allá de la letra de la legislación y de la actitud del estado para promover o desalentar formas combinadas de ejercicio médico, las respuestas sociales a la enfermedad (y aquí el uso del plural es obligatorio) son usualmente más complejas, heterogéneas y “asistemáticas” de lo que los marcos técnicos o legales suelen reflejar. La cuestión, entonces, reside en saber cuál es la configuración real del campo de la práctica médica, más allá de las variantes que puedan presentarse, y sin duda tomando en cuenta a todas ellas.

Ahora bien, para que las estrategias de vinculación, interrelación, aprovechamiento (e incluso subordinación) puedan ser canalizadas es evidente que debe partirse de una determinada visión presente en los ámbitos de donde emanan las decisiones (ministerios de salud, por lo general). Y que esta visión se alimenta de una masa de información que provee descripciones de los fenómenos y orienta (o puede orientar) la toma de decisiones. En el caso particular de México, puede aseverarse que el mayor caudal informativo sobre las prácticas médicas tradicionales proviene de los trabajos de antropólogos y no fue concebido como un aporte a la discusión sobre la factibilidad de interrelacionar estas prácticas con las del sector médico institucional. En suma, no se extrajo información para el sector salud, sino hasta fechas muy recientes. Sin embargo, es posible detectar una serie de textos, escritos por autores que provienen de vertientes teóricas e ideológicas diferentes, que intentan ofrecer panoramas de conjunto sobre la situación de salud en México y que, en consecuencia, enfatizan en la valoración del sistema de salud, en las características del modelo médico hegemónico, en las formas de respuesta social a la enfermedad y, casi siempre, en una crítica al presente estado de cosas. Se trata, en este caso, de información relativa al sector de la salud, producida en algunos casos por médicos responsables de tareas de planificación, docencia universitaria o investigación en organismos internacionales. Todos los ejemplos que mencionaremos a continuación aluden de una u otra manera a la medicina tradicional, señalan su importancia y, sin embargo, rehusan su análisis, pese a que las referencias a ella aparecen enmarcadas en el campo de la salud. “Existen en México –afirma la Dra. Cristina Laurell- tres sistemas principales que se encargan de los problemas de salud de la población: el estatal o paraestatal (la Secretaría de Salud, el Instituto Mexicano del Seguro Social, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, etc.), la medicina privada y la medicina popular o tradicional. (...) Por razones obvias no existen datos de los recursos de la medicina popular, ni de la población que atiende.

“Se calcula que unos 15 a 20 millones de mexicanos se encuentran al margen de los sistemas médicos profesionales. Estos son los pacientes de la medicina popular ya que tienen que recurrir a los curanderos, hueseros, y yerberos”. ( )

Otro de los textos consultados, señala: “En lo que se refiere a la medicina tradicional, una importante proporción de mexicanos acude a ella cuando carece de recursos económicos o porque contempla los factores psicosocioculturales en el manejo de los problemas de salud, aspecto que no toma en cuenta la llamada medicina occidental”. Y acota el autor, Raúl Rojas Soriano, que junto a los servicios médicos de seguridad social, la medicina asistencial y la medicina privada, “reconocidas oficialmente por las autoridades, coexiste la llamada medicina tradicional”. ( )

Daniel López Acuña afirma que además de los servicios de salud tradicionales o populares (curanderos, brujos, etc.) puede hablarse, para fines prácticos de tres grandes tipos de atención a la salud”.( ) Este autor vuelve a aludir en su libro a la medicina tradicional cuando señala que el aborto provocado a las pacientes de “comadronas y curanderas”, “casi siempre les crean problemas infecciosos, perforaciones, hemorragias y abortos incompletos”. ( )

Un texto preparado por COPLAMAR incluye, entre las formas de acceso a los satisfactores de las necesidades esenciales, a los servicios personales de salud y, dentro de éstos, a los practicantes de la medicina tradicional y de las medicinas paralelas. Agrupa a aquélla junto a la homeopatía, los quiroprácticos y la acupuntura, y concluye afirmando que ninguna “está regulada, ni siquiera en forma mínima, y su práctica es predominantemente comercial, aunque la medicina tradicional tenga múltiples modalidades”.( )

El último de los textos que hemos escogido (y que se denomina, significativamente, La salud de los mexicanos y la medicina en México) afirma que “en las áreas rurales los distintos tipos de curanderos son consultados con más frecuencia que los médicos. En sus métodos utilizan conocimientos de etnomedicina, magia y en ocasiones medicina moderna, y configuran una base social muy importante para la preservación de la salud en estas zonas, ya que la mayor parte de los pacientes atribuyen su enfermedad a razones mágicas o religiosas; por otro lado, la automedicación a través de rituales curativos aún conserva su fuerza desde la tradición prehispánica. No estamos en condiciones de evaluar objetivamente su participación en el mejoramiento de la salud en estas zonas, aunque no desconocemos la gravitación individual y social que actualmente tiene”,( ) concluyen los autores, Kumate, Cañedo y Pedrotta.

Como podrá apreciarse, todos los textos mencionados reconocen la existencia de la medicina tradicional, y la mayoría de ellos parece dispuesto a admitir su importancia dentro del cuadro de la atención a la salud. Sin embargo, pese a tratarse de textos representativos de los nuevos enfoques sobre medicina y salud, revelan un buen número de vaguedades, cuando no de contradicciones y paradojas. En primer lugar, las afirmaciones cuantitativas (“una importante proporción de mexicanos”, (las comadronas) “casi siempre” crean problemas en los abortos inducidos, los distintos tipos de curanderos son consultados “con más frecuencia” que los médicos) aluden de tal manera a la realidad numérica de los fenómenos que difícilmente podrían servir de parámetros a los planificadores. El único dato numérico, mencionado por Laurell, no permite concluir lo que la autora postula: la inferencia acerca de la cantidad y tipo de población que acude a los terapeutas de la medicina tradicional no puede realizarse a partir de la cantidad de población no cubierta por los servicios institucionales; investigaciones actuales realizadas con población derechohabiente del IMSS revelan que el número de personas que mantiene contacto con la medicina tradicional en áreas urbanas del Distrito Federal es sorprendentemente elevado. La afirmación de la autora acerca de que “por razones obvias” no existe información acerca de la medicina tradicional, suponemos que no está referida a la vasta obra de antropólogos, historiadores y biólogos sobre la materia, sino a los datos generados en el sector médico académico. Las dos afirmaciones de López Acuña proyectan prejuicios ideológicos, y una de ellas, la de las parteras, es insostenible a la luz de los datos existentes. ¿Por qué afirmar –si de lo que se trataba era de dar un cuadro fidedigno de la “salud desigual” de los mexicanos- que “para fines prácticos” puede obviarse la contabilización de los recursos de la medicina tradicional? La afirmación de Rojas Soriano es doblemente recusable: si el autor critica duramente la deshumanización y mercantilización de la medicina oficial y privada, y si encuentra que la medicina tradicional es una alternativa económica al tiempo que un recurso que contempla los “factores psicosocioculturales en el manejo de los problemas de salud”, resulta inexplicable la escasa atención puesta en el fenómeno; por otra parte, no queda tampoco muy claro cómo es que al emplear una categoría analítica tan amplia y comprensiva, tan fundada en los hechos, como la de formación económico-social, no se haya topado nunca en la formación económico-social mexicana con los miles de terapeutas tradicionales (curanderos, parteras, hueseros, sobadores, rezanderos, hiloles, marakames, h-men, etc.), y su examen se concrete a la medicina oficial y privada. Finalmente, examinemos más de cerca la afirmación de Kumate y colaboradores: si en las zonas rurales de México (cuya población es cercana al 50% del total de los habitantes del país, por lo que en la década en la que fue escrito el libro debe pensarse en por lo menos 35 millones de personas) los curanderos “son consultados con más frecuencia que los médicos”, no se comprende muy bien qué tipo de diagnóstico global de la salud de los mexicanos pueda hacerse pasando tan rápidamente por sobre el fenómeno. Dentro de la justeza de la observación, los autores se limitan a afirmar que no están en condiciones de evaluar objetivamente el problema, honesto reconocimiento que sin embargo no modifica el descuido.

En resumen, si nos atenemos a la información producida por estos investigadores es evidente que los análisis derivan de una referencia casi exclusiva al modelo médico institucional o a las formas académicas de medicina privada; en segundo lugar, dentro de este marco es evidente que las asociaciones que se puedan hacer de la medicina tradicional en relación a los “sistemas” de salud (o considerándola a ella misma como un sistema, como en el texto de Laurell) no poseen sino un matiz metafórico.

Ahora bien, si los textos dedicados a la salud de los mexicanos no nos proporcionan los materiales para inferir el estatuto de la medicina tradicional en tanto sistema de atención a la salud, ¿qué pueden aportarnos las otras fuentes no médicas? Creemos que en los últimos años se ha acumulado una valiosa información emanada del trabajo de equipos nacionales o regionales (v. gr. del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, de la Dirección General de Culturas Populares, del Programa IMSS-COPLAMAR y de nuestra propia Unidad de Investigación en Medicina Tradicional y Desarrollo de Medicamentos, entre otros). No me detendré aquí en el análisis de esos datos, remitiendo a los lectores interesados a consultar esos trabajos directamente con los autores. Mi interés reside sobre todo en tratar de discutir la naturaleza de ciertos parámetros y el carácter de un determinado enfoque que permiten, a mi juicio, mostrar un cuerpo estable de datos que remiten a un auténtico sistema de creencias, conceptos y prácticas, a recursos terapéuticos de uso constante y a clasificaciones nosológicas coherentes, ampliamente distribuidas.

En primer lugar, analizar la medicina tradicional en relación a los temas que se incluyen usualmente al hablar de “sistemas de salud” puede permitir establecer una serie de analogías, pero no puede constituir un parámetro para establecer la naturaleza sistemática del fenómeno médico tradicional. La acción de los terapeutas tradicionales mexicanos no responde a una planificación central, nacional o regional; no poseen un aparato burocrático de control de la profesión, administración, pagos, escalafón, niveles o categorías. Las formas de transmisión del conocimiento, si bien no son espontáneas, no responden a un patrón académico institucionalizado; no existe una actividad relativa a la investigación del arsenal terapéutico ni sectores comprometidos en el desarrollo de tecnologías ad hoc. No están nucleados en gremios, asociaciones o colegios, ni existen vehículos regionales o nacionales de difusión de información sobre la materia que abordan. Más aún, las acciones concertadas para nuclearlos, indagar sobre sus concepciones y prácticas, difundir resultados, reproducir sistemáticamente algunas especies naturales de uso medicinal, constituyen iniciativas ajenas al universo del terapeuta. No cuentan, como en otras culturas médicas, con textos que recopilen o contengan las ideas y los procedimientos curativos, preventivos o de rehabilitación. Es más, resultaría ocioso y hasta risueño establecer categorías, jerarquías o clasificaciones a partir de esos criterios. En realidad, y para decirlo directamente, la naturaleza sistemática de la medicina tradicional puede tornarse inteligible mediante un enfoque que revele, detrás de los acontecimientos, la persistencia de las estructuras, en una empresa semejante a la que permitió captar los sistemas de parentesco, las relaciones de producción, la estructura de los mitos, de los sistemas simbólicos o de las lenguas. En síntesis, un modelo analítico que pueda revelar las categorías de los terapeutas, su proceso formativo, su nucleamiento en función del sexo, la edad, la lengua y cultura, la historia y la naturaleza de sus prácticas, sus vinculaciones con el sistema médico institucional o con otras formas de la práctica médica, su papel en la estructura productiva y en los mecanismos de control ideológico; un modelo analítico que revele los mecanismos de percepción de la enfermedad y los subsistemas nosotáxicos, que dé cuenta de las concepciones del desequilibrio, y de la historia de esas clasificaciones, de los procesos de aculturación médica y de la persistencia de datos ancestrales, en fin, que examine sin prejuicios la naturaleza, eficacia o ineficacia de los tratamientos, el armamentarium terapéutico, la accesibilidad, las formas rituales y los universos tabuados, la trayectoria del enfermo, etc. Un modelo así debe ser simultáneamente nacional y regional, sincrónico y diacrónico, y con la suficiente flexibilidad como para permitir al investigador el examen crítico de sus datos y de sus supuestos metodológicos. Quizás lo que se obtenga sea más un retrato de la salud y de las formas de respuesta social a la enfermedad, que un delimitado territorio de la “tradición”. Quizás se trate de un estudio cuyo corolario sea la disolución de lo que hemos llamado “medicina tradicional” en tanto categoría gnoseológica. Quizás, finalmente, esta estrategia nos permita captar la especifidad de lo “tradicional” bajo una mirada no restrictiva.

Quisiera terminar enumerando una serie de rasgos que me parecen característicos de las medicinas tradicionales. He aprovechado el aporte de otros autores, sintetizando sus datos y anotando aquellos que parecían pertinentes, surgidos en nuestro trabajo en la Unidad de Medicina Tradicional y Desarrollo de Medicamentos:

1. Las medicinas tradicionales coexisten con los sistemas médicos occidentales en la mayoría de los países que poseen manifestaciones importantes de cultura médica popular o tradicional.

2. Los terapeutas tradicionales mantienen con respecto al sistema médico occidental relaciones de conflicto y complementación.

3. Las medicinas tradicionales no constituyen dominios autónomos, independientes de la religión, la política, los grandes mitos populares o de formas ancestrales de cultura médica.

4. Su modelo terapéutico, generalmente no organicista o biologista, con frecuencia es un importante factor de control social y de modulación de las conductas.

5. Se hallan estrechamente ligadas a otros componentes de la vida social y aparecen como una derivación directa de la cultura del grupo.

6. Asocian elementos pertenecientes al mundo material y al de los seres vivos, compartiendo categorías, características o cualidades (v. gr. el frío y el calor, la posibilidad de que síndromes de filiación cultural como el mal de ojo o los aires afecten por igual al hombre o a los animales, etc.).

7. En ellas, el mundo humano es un microcosmos que refleja el universo natural y social, siendo el medio físico y las relaciones humanas factores determinantes en la causalidad de numerosas enfermedades.

8. Muestran una ausencia casi total de cirugía y un rechazo a la disección y a la autopsia.

9. Los conceptos de balance y equilibrio constituyen nociones básicas que el terapeuta interpreta en sentido físico, psíquico, mítico, moral o religioso, a veces sin distinción de dominios (v. gr. la higiene y la ética suelen estar estrechamente ligadas).

10. La mayoría de ellas reconocen centros o soplos anímicos, determinantes para la vida.

11. La socialización de la enfermedad se apoya con frecuencia en la triple experiencia del terapeuta, el enfermo y el grupo, por lo que las formas de eficacia simbólica encuentran un respaldo comunitario que excede los límites de la consulta médica.

12. Los conceptos relativos a la causalidad de las enfermedades son compartidos por el terapeuta, el enfermo y el grupo. A diferencia de lo que usualmente ocurre en el sistema médico occidental, en las medicinas tradicionales el marco ideológico-técnico es común a uno y otro, y base de numerosas curaciones.

13. Aparecen cuatro dominios bien definidos que dan lugar a la existencia de terapeutas con tipos de prácticas específicas: parteras, curanderos, hueseros y yerberos, cuyas funciones suelen combinarse.

14. Posesión y deposesión constituyen grandes órdenes causales de gran número de padecimientos. Factores naturales, personales y preternaturales viabilizan la posesión y la deposesión, y el diagnóstico puede variar –con respecto al agente causal- según el progreso de la enfermedad.

15. En la medida en que la mayor parte de los países que poseen una importante medicina tradicional han sido objeto de la explotación colonial, vastos sectores de sus taxonomías muestran indicios de sincretismos (lo que se revela en los nombres de las enfermedades, en la explicación de su etiología, en los tratamientos y maniobras, en los remedios utilizados, etc.) o de francas alteraciones de los modelos ancestrales.

16. Las asociaciones, gremios, organizaciones y, en general, toda forma de institucionalización de los terapeutas tradicionales constituyen fenómenos históricos recientes o, por el contrario, muy antiguos (preexistentes a los procesos de conquista y colonización). En consecuencia, no existen, en la mayoría de los casos, auténticas estructuras burocráticas encargadas de la planificación, la formación de los recursos humanos, la investigación, el desarrollo tecnológico, el sistema de pagos, las relaciones con los servicios de salud institucionales, etc.

17. La formación de sus terapeutas obedece a muy diversos patrones: entrenamiento con un terapeuta más experimentado y de mayor edad, herencia, habilidades personales excepcionales, defectos físicos o trastornos mentales característicos, signos reconocidos al momento del nacimiento o en el entorno del sujeto, asociaciones míticas con un doble, un animal-compañero, experiencias, existencias inusuales, etc.

18. Un vasto conocimiento del medio físico (particularmente del mundo vegetal, que constituye la base de la materia médica).

19. Sanción o reconocimiento social al ejercicio de los terapeutas, siendo éstos generalmente personas adultas maduras, investidas de prestigio técnico y moral, lo que las convierte en agentes de reproducción ideológica y control social.

20. El mecanismo de transmisión oral de los conocimientos constituye la base esencial para la formación del recurso humano.

21. El cobro de honorarios suele ser simbólico o adecuado a la condición socio-económica del paciente, compartiendo con el terapeuta necesidades materiales y principios ideológicos.

22. La coexistencia de la medicina tradicional no sólo se establece con el sistema institucional; existe una estrecha relación con las formas domésticas de la terapéutica médica, siendo éste el ámbito desde donde derivan hacia la práctica pública numerosos terapeutas.

23. La mayoría de ellas establece una distinción entre “enfermedades del médico” y “enfermedades del curandero” (o “del brujo”, “de la gente”, “tradicionales”, etc.).

24. Poseen una escasa tecnología cuyo uso ancestral indica variaciones mínimas o insignificantes (un buen ejemplo de esto lo constituye el empleo del baño de vapor o temazcal, cuyo empleo aparece documentado para el mundo prehispánico, característico en el tratamiento de diversas enfermedades y en el proceso del embarazo, el parto y el puerperio).

1 comentario:

Macario Canario Vinilo dijo...

guaaa!! me encanta el blog, tan bonitas y tan necesarias para la vida

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